El pasado 23 de diciembre de
A mí Peterson me acerca a otra época con medios que no puedo describir exactamente y tal vez tengan que ver un poco en esa tremenda serie de causalidades y momentos simultáneos que expresaba cierto escritor argentino mejor que nadie en 1963 (o tal vez tenga más que ver con aquel swing tan característico). Con Peterson de veras se puede uno dejar llevar (si se quiere y se sabe como) al momento aquel en que en Viena canta Fitzgerald, en París Kenny Clarke inaugura un Cave y Satchmo está en todos lados con su ubicuidad y en el club de la serpiente se sirve otro Vodka, se escucha la primera frase de un blues y otro tanto. Mucho sentimentalismo y nostalgia pero sobre todo, el Scat de Peterson feliz aporreando los ochenta y ocho espacios blancos y negros de infinitas combinaciones causando montón de cosas que no pueden describirse, en fin, música.
Con Peterson se va el pianista y mucho más que el pianista, se van sentimientos, se van cachitos de una época que no conocí y me resulta nostálgica. Se va, como lo describiera julio Cortázar un tal Oscar Peterson, un tal pianista con algo de tigre y felpa, un tal pianista triste y gordo, un tipo al piano y la lluvia sobre la claraboya, en fin, literatura.1
1 Rayuela (capítulo 18)
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